domingo, 20 de septiembre de 2015

Yeshayau Leibowitz - Territorios

La vieja estudiosa te desea Shaná tová y Felices fiestas!  A ella le hubiese gustado endulzar el blog de acuerdo a la tradición de estas fiestas. Pero después de otro fin de semana de violencia en Israel y en los territorios, decidió hacer conocer en español este artículo escrito hace casi 50 años (1968) por quien es considerado el último profeta: Yeshayahu Leibowitz (1903-1994), profeta furioso, iconoclasta, filósofo, científico y judío ortodoxo,  implacable crítico de la sociedad israelí que nunca temió expresar sus ideas, a veces provocativamente y siempre con coraje moral y social.  (Advierto que el artículo es largo y exigente, pero adecuado para leer en Iom Kipur - el Día del perdón y la reflexión).




Yeshaiahu Leibowitz - Territorios

Publicado en Yediot Haajronot abril-mayo 1968; Haaretz marzo 1969, abril 1970 y también en el libro "Judaísmo, el pueblo judío y el Estado de Israel".  ( WWW.Leibowitz.co.il ) traducción del hebreo. 

La extensión de la soberanía israelí sobre los territorios de Eretz Israel (y/o Sinaí) conquistados en la Guerra de los Seis Días y su mantenimiento  bajo el dominio israelí en cualquiera de sus formas o su devolución a sus dueños árabes – en el debate público acerca de la posición a tomar entre estas líneas políticas  se confunden los argumentos pragmáticos con los ideológicas. Por un lado - necesidades e intereses políticos, económicos y de seguridad, "paz", " límites reconocidos y seguros", y por el otro - contenidos sentimentales y morales, la visión de la redención mesiánica, "la Gran  Israel", "la santidad del territorio", "nuestro patrimonio", "la tradición de generaciones", "nuestros mártires que cayeron por  la liberación de nuestra tierra".  Es necesario tratar cada uno de estos argumentos separadamente  y de acuerdo a su naturaleza.

El eje alrededor del cual gira la discusión política es el de "paz y seguridad". Si utilizáramos  el concepto "paz" con su verdadero significado, es decir señalando una situación de coexistencia entre el Estado de Israel y sus vecinos según un acuerdo convenido entre los dos lados – tendríamos que decir  que  no existe posibilidad alguna de una paz de esa índole, ni hoy ni en el futuro visible. No es este el sitio para realizar una investigación  histórica exhaustiva - si acaso desde el principio se hubiese podido suponer una solución negociada entre judíos y árabes. En todo caso, se debe que recordar, que si en los 20 años desde el establecimiento de Israel hubo ocasiones en las que tal vez ( todo es tal vez y quizás! ) existió alguna posibilidad de llegar a un acuerdo negociado  –  las ocasiones se presentaron (tal vez!), inmediatamente después de la firma de los tratados de Rodas, y en la víspera de la Guerra de Suez (antes de la operación en Gaza) y también inmediatamente después del cese de fuego al término de la Guerra de los Seis Días  -  la realidad es que dejamos pasar todas esas ocasiones, y se fue creando  una situación en la que es impensable que uno de los lados pueda ofrecer por su propia voluntad al lado opuesto una propuesta que éste sea capaz de recibir voluntariamente. Sólo el poder y la presión de las grandes potencias impide la lucha en nuestra zona hoy y mañana, y es posible que ese poder  y esa presión - si las potencias lograran ponerse de acuerdo entre ellas mismas- constituyen  el factor que traerá una "paz" falsificada a la zona, en forma de un acuerdo impuesto a los dos lados, que se mantendrá el tiempo que dure el acuerdo entre las potencias.  Quien tiene ojos  - y son varios los que los tienen en las altas esferas del gobierno, aunque sus dueños prefieran callar – puede ver que sin  una solución impuesta nos convertiremos en un segundo Vietnam, la guerra continuará en constante  escalada sin llegar a un punto de definición. Tal vez mañana deberemos invadir Amman o Damasco, y tampoco lograremos nada.


"Seguridad" no es  más que la expresión de una paz verdadera entre vecinos (como entre Holanda-Bélgica, Suecia-Noruega, Estados Unidos-Canadá); sin paz, no hay seguridad y no hay acuerdo geográfico-estratégico que pueda cambiar esta realidad. No hay una conexión directa entre el problema de la seguridad y el problema de los territorios: no existen las "fronteras seguras".  La base de los argumentos a favor de la protección  que proporcionan las líneas de defensa – la mentalidad de la Línea Maginot -  terminó siempre fracasando, desde los días de la Muralla China y los Limes Romanos hasta los del Muro Atlántico de Hitler. Nuestro problema de seguridad no es un problema de límites específicos ni un mero problema militar sino un problema militar-político-social combinado. Mientras tengamos una ventaja cualitativa (desde el punto de vista tecnológico  y de la organización social) sobre los árabes y tengamos el apoyo americano que neutraliza la participación rusa, podremos resistir en cualquier línea de frontera – y la Guerra de los Seis Días, en la que comenzamos con la frontera pasando por Qalqilyah y sobre la muralla de la Ciudad Vieja en Jerusalén, lo demuestra – pero si nos llegara a faltar uno de los factores mencionados, no nos ayudará ninguna línea de frontera, tampoco las que pasan sobre el Canal o sobre el Jordán. Esta es la verdadera situación. Hoy, que estamos asentados en las fronteras que los "expertos" consideran "ideales desde el punto de vista de la seguridad", nos vemos obligados a asignar  a las necesidades de seguridad fondos provenientes de  nuestras entradas nacionales y del  presupuesto  del estado considerablemente mayores que los se asignaban en los años anteriores a la Guerra de los Seis Días y de la conquista de las "fronteras ideales"; es decir – nuestra seguridad no creció sino que disminuyó como consecuencia de las conquistas en esta guerra . (Este artículo fue escrito varios años antes de la Guerra de Iom Kipur).

Estamos condenados a vivir en nuestro país sin paz y sin seguridad, tal como subsistió  el pueblo judío en los miles de años de  su existencia y para el mantenimiento de esta existencia deberemos invertir esfuerzos extraordinarios  y grandes y permanentes sacrificios. Por lo tanto, es necesario que dilucidemos  para nosotros mismos cual será la naturaleza del país por el que hemos asumido para nosotros y para nuestros hijos una existencia de sacrificio constante. A la luz de esa aclaración estableceremos nuestra posición acerca de los "territorios ocupados". 

El problema no es el territorio, sino la población de alrededor de 1.25 millones de árabes que residen en él y a los que tendríamos que imponer nuestra autoridad. La inclusión de estos árabes bajo nuestra soberanía (sumados a los 300.000 que son ciudadanos israelíes) significaría la aniquilación del Estado de Israel en su función de país del pueblo judío, la destrucción del pueblo judío, el desmoronamiento del sistema social que implantamos en el país que construimos y la perversión del ser humano – tanto la del judío como la del árabe. Todo esto ocurriría  aunque los árabes no se convirtieran en mayoría en el país (de acuerdo a su alta tasa de natalidad) y aunque siguieran constituyendo un tercio o el 40% de la población. El país dejaría de ser un estado judío para convertirse en un  estado "caananita": sus problemas, sus necesidades y sus  funciones dejarían  de ser los problemas, las necesidades y las funciones del pueblo judío en el país y fuera de él, sino sólo asuntos de estado y de gobierno específicos del país –asuntos de dominio sobre judíos y árabes juntos, como los problemas del gobierno del Líbano, que son permanentemente problemas provenientes de la necesidad de mediar entre los maronitas, los musulmanes, los drusos, etc. El estado estaría  ocupado con problemas de esta índole y no tendría  interés en ocuparse de los asuntos del pueblo judío. En poco tiempo se cortarían  los vínculos espirituales y sentimentales entre el estado y el pueblo judío en el mundo, como así también los vínculos espirituales y sentimentales entre el estado, la historia judía y el judaísmo. Todo el objetivo del monstruo conocido como "Eretz Israel Hashlemá" (La Gran Israel) sería sólo la continuación de la existencia de su aparato gubernativo – administrativo. Desde el punto de vista social: en poco tiempo no quedarían en ese estado,  ni obreros ni agricultores judíos. Los árabes serían el pueblo trabajador y los judíos serían los administradores, los supervisores, los empleados y los policías, y principalmente los agentes secretos. El estado, dominando una población de 1.4-2 millones de extranjeros se convertiría necesariamente en un estado de servicios secretos, con todas las implicaciones de lo que esto significa y su influencia sobre la educación, sobre la libertad de expresión y de pensamiento y sobre la democracia. La corrupción, característica de todo régimen colonialista, contagiará también al Estado de Israel. El gobierno tendrá que ocuparse por un lado de la represión del movimiento de resistencia árabe y de la adquisición de colaboracionistas árabes, por el otro. Existe el temor de que el ejército - que es hasta ahora un ejército popular – se degeneraría al convertirse en un ejército de ocupación, y los comandantes sirviendo como gobernadores militares serian iguales a sus colegas de otras naciones, y todo esto es ya suficiente...


Por lo tanto, siendo nuestra principal preocupación el pueblo judío y su país,  no tenemos otra opción que retirarnos de los territorios habitados por 1.25 millones de árabes, independientemente de la cuestión de la paz.  Se trata de salir de los territorios y no de su "devolución", porque no somos nosotros quienes debemos decidir a quienes hay que "devolverlos": ¿A Hussein? ¿A la O.L.P?  ¿A Nasser? ¿A los habitantes locales? No es asunto nuestro, no es nuestra obligación, y ni siquiera es nuestro derecho, decidir qué harán los árabes con los territorios después que nos vayamos de allí.  Nuestro deber es fortalecer nuestro país y defenderlo. Si no nos retiraremos con honor -  es decir por nuestra libre decisión, comprendiendo las reales necesidades del pueblo judío y las de nuestra nación – los americanos y los rusos nos humillarán conminándonos a una retirada obligada.

Con respecto a los argumentos "religiosos" a  favor de la anexión de los territorios – estos argumentos no son más que una hipocresía inconsciente (o quizás consciente), son la expresión del uso de la religión judía como encubrimiento del nacionalismo israelí. La falsa religiosidad supone que la satisfacción de las necesidades nacionales forma parte del rito de Dios y presenta a la nación como si fuera uno de los altos valores de la religión, a pesar que nunca fue más que una herramienta, un medio para satisfacer las necesidades humanas.  Las razones para anexar los territorios basadas en la "Halajá" (el conjunto de preceptos religiosos judíos) son ridículas, a la luz del hecho que el Estado de Israel no reconoce la autoridad de la Torá y la obligación de vivir según ella  y que la mayoría del pueblo que lo habita rechazó y rechaza a la Torá y a sus preceptos, y que el ejército de este país acepta el derecho de una persona, que según la Halajá es un delincuente de Israel, apóstata  y hereje, a ser teniente o teniente coronel de soldados judíos. La conquista del país por el ejército de Israel es un logro nacional grandioso e imponente para todo judío, religioso o laico, dueño de una conciencia nacional judía. Pero el mero hecho de la conquista no tiene significado alguno desde el punto de vista religioso. No todo "Retorno a Sión" es una misión religiosa, como en el versículo: "Os introduje en tierra de abundancia, para que comierais su fruto y sus bienes; pero entrasteis y contaminasteis mi tierra e hicisteis abominable mi heredad" (Jeremías, 2-7). Tampoco el retorno del dominio israelí sobre el Monte del Templo tiene un significado religioso en sí mismo.  El dominio israelí sobre el
Monte del Templo (y el Muro de los Lamentos) no es por sí garantía de que no se cometa sacrilegio.  El hecho meramente político-gubernamental de la extensión de la soberanía judía sobre los territorios de la Tierra de Israel (Eretz Israel) no es la "tradición de las generaciones" en la que se basan los defensores de la "Gran Israel",  ni refleja la "conexión entre el pueblo judío y la Tierra de Israel".  La "Gran Israel" como aparece en la mente de sus adeptos "religiosos" o pseudo-religiosos  hoy en día, no es sino un ideal de la corriente predominante en la generación actual; en cuanto a las "generaciones" que éstos señalan en sus argumentos religiosos-nacionalistas, no tuvieron nunca la intención de la reanudación de la soberanía judía sobre los Territorios de Israel, sino sólo en el contexto del retorno de la Corona judía (la Torá) a su antigua gloria. La "conexión histórica" del pueblo de Israel con la tierra de Israel existe sólo en su referencia a la Torá.



La Tierra de Israel no es una tierra sagrada y el Monte del Templo no es un lugar santo. Su santidad se debe a los preceptos rituales específicos relacionados con esta tierra y este lugar. Son los preceptos rituales los que otorgan "santidad"  a la tierra y al monte.  La idea de "santidad" propia de una tierra determinada o de un lugar determinado es una idea absolutamente pagana. Ya el profeta Jeremías se pronuncio acerca de la "santidad" del Templo, cuando los profanadores de la Torá y de los preceptos llamaron al Templo "el palacio de Dios". Nacionalismo y patriotismo en sí no son valores religiosos. Los profetas de Israel en la época del primer Templo y los sabios de Israel en la época del segundo eran en su mayoría "traidores", desde el punto de vista de los conceptos laicos de patriotismo y nacionalismo. Los rabinos que afirman hoy que hay que  mantener los territorios por "razones religiosas" no continúan la tradición del profeta Elías sino la de  los 850 profetas de Baal y de Astarot "sentados a la mesa de Jezabel"; no continúan  la tradición de Miqueas hijo de Imla, sino la de  los 400 profetas de Acab.

Todos comprendemos el clamor que brota de muchas gargantas: ¿"Acaso nuestros queridos hijos perdieron sus vidas en vano en la Guerra de los Seis Días? ¿Acaso la tierra saciada con su sangre será profanada al ser devuelta a manos de no judíos? ".  A los que claman les diremos: en la mayoría de las guerras de la historia, y también en el presente, se puede decir que la muerte de los que han caído tiene un sentido y al mismo tiempo, que cayeron en vano. Su muerte tiene sentido – si cayeron defendiendo a su pueblo y a su país; y murieron en vano – si su muerte (incluso en la victoria) no colaboró a solucionar la causa por la que salieron a luchar y por la que murieron. También nuestros hermanos y nuestros hijos caídos en la Guerra de los Seis Días salvaron a la patria del peligro que la amenazaba en su momento;  pero su victoria y su muerte no anularon, y ni siquiera disminuyeron, el peligro permanente que se cierne sobre la existencia del Estado de Israel, peligro que sigue vivo y presente, sin conexión con lo que se haga o se deje de hacer con los territorios.  Tememos que los mártires de la  Guerra de los Seis Días no serán los últimos y que en el futuro  muchos otros también caerán defendiendo a la patria.