miércoles, 7 de octubre de 2015

Estaba escrito

A veces una tiene ganas de taparse los oídos y escaparse de la realidad. Qué mejor que la llegada de la primera lluvia y del ambiente  creado por la luz amablemente filtrada por las nubes, para compartir este cuento que la vieja estudiosa escuchó en uno de esos talleres que frecuenta: 

Bashert

 Cuando una vecina me comentó las novedades y me contó acerca de la prima de su cuñada, que luego de someterse a un estudio de audición en ambos oídos, decidió aceptar la propuesta de casamiento que había recibido, recordé la conversación que había sostenido con mi abuela mucho tiempo atrás: 
- Si es tu bashert, tu corazón se dará cuenta sin pensarlo demasiado - me había contestado la bobe, mi querida abuela, a la que yo había consultado si darle el sí a un
compañero de segundo año del secundario, que me había dicho que yo le gustaba y al que finalmente rechacé, no por un dictado de mi corazón, sino porque no podía soportar el color violáceo del acné que le cubría la nariz. La explicación de mi bobe quedó archivada entre los recuerdos más gratos de mi adolescencia, ella me dijo que en idish bashert significa predestinado.

-Para cada persona existe en el mundo otra que nació predestinada a vivir junto a ella. Tal vez sus caminos no se crucen, el mundo es muy grande y muy poblado. Pero cuando dos que son bashert el uno para el otro se encuentran, sus corazones comienzan a latir al mismo ritmo y ésa es la señal: vivirán juntos y felices toda su vida. Aunque a veces se peleen, como el zeide y yo. El zeide era mi abuelo y los dos discutían todo el tiempo. Parecían disfrutar de llevarse la contra, como si quisieran provocar la pelea para luego reconciliarse con miradas cómplices, risas abiertas y abrazos inesperados. 

El rumor había corrido por el barrio como un reguero de pólvora, encendiendo esperanzas y desvelos: en el Instituto de Audiometría  que se había abierto recientemente sobre la calle principal, no sólo controlaban el nivel de audición de cada oído y la recepción de los agudos y los graves en toda su escala, sino que el diagnóstico incluía una referencia al prometido de la paciente. Se decía que el informe final confirmaba o no que los novios fuesen bashert uno para el otro. Era fácil adivinar quién había pasado por el Instituto.  Algunas parejas de entre mis conocidos decidieron de pronto casarse, otras se separaron luego de largos años de noviazgo.

El procedimiento era sencillo. Se debía visitar al médico aduciendo un problema de audición y lograr ser enviado a realizar un estudio de los oídos. En el Instituto había que presentar la carta del médico, un formulario de pago y una tercera hoja escrita a mano con el nombre y el apellido del novio o de la novia. Aceptaban sin inconvenientes parejas del mismo sexo, pero las personas casadas que furtivamente habían tratado de entregar esa tercera hoja, la recibieron inmediatamente de vuelta, sellada con una palabra en rojo: "Tarde".  Cuando llegaba tu turno, te hacían pasar a lo que parecía un estudio de grabación y te conectaban unos auriculares en los que escuchabas distintos sonidos. El especialista te formulaba algunas preguntas y anotaba tus respuestas mientras un aparato iba construyendo gráficos sobre una pantalla. Al final recibías un informe impreso de varias hojas con tablas de colores que estaba dirigido a
tu médico. Una hoja arrancada de un pequeño anotador de espiral, con tu nombre y el de tu pareja escritos a mano en tinta azul, venía adosada al informe. Debajo de los  nombres estaba el diagnóstico. En algunas de esas hojas  figuraba una sola palabra: "Bashert", en otras sólo renglones vacíos.

 Nadie sabía quién escribía en el pequeño anotador. Algunos apostaban a la enfermera rubia de ojos amables que recibía a los pacientes. Otros sospechaban del técnico encargado de los aparatos de medición. Y estaban los que aseguraban haber visto el anotador en el bolsillo de la empleada que limpiaba y servía el té. La encargada de la recepción respondía amablemente a las preguntas al respecto, diciendo que ella no sabía de ningún diagnóstico del corazón que se hiciera en ese instituto.
 - Acá revisamos sólo oídos- solía poner fin a las indagaciones curiosas. 

- ¿No estás segura de que hemos nacido el uno para el otro? - inquirió risueño mi novio cuando le dije que había pedido turno en el instituto de audiometría - Yo pensaba que me estoy por casar con una mujer que piensa racionalmente y no cree en brujerías. ¿Realmente necesitas que la magia confirme nuestro amor?
 Me tomé un momento antes de responder.  Había solicitado el turno llevada por un impulso, sin pensar en el efecto que esa acción tendría sobre mi relación con él. En realidad, creo que hay un elemento racional en la confirmación del amor en base al diagnóstico de nuestra capacidad de escuchar. Escuchar al otro y sentir como resuena en nuestro corazón,  tal como mi bobe me enseñó.
- Estoy segura que la magia confirmará que nuestro amor estaba escrito.
- Mmmm - murmuró mientras me abrazaba - yo ya tengo turno para la semana que viene. ¿Vamos juntos?

Los resultados de las pruebas de audición demostraron que los dos escuchábamos perfectamente. Eso nos bastó para casarnos. Las hojas de anotador con el diagnóstico romántico, decidimos guardarlas en un sobre que abriríamos al festejar nuestro primer aniversario. Ese año pasó y lo dejamos  para el siguiente y así fuimos posponiendo su lectura de un año al otro.

 Cuando cumplimos 40 años de casados pensamos que llegó el momento. Invitamos a nuestros  hijos y nietos para leer junto a ellos el famoso veredicto. ¿Aparecería bajo nuestros nombres la palabra bashert escrita con tinta azul?  ¿Y si sólo aparecieran renglones vacíos, saldríamos cada uno por su lado a buscar a nuestros predestinados?  Finalmente buscamos, sí, por todos lados.  Pero por más que buscamos no logramos recordar donde habíamos guardado el sobre con las viejas hojas de anotador.  Y frente a toda la familia nos peleamos ruidosamente, echándonos culpas uno al otro, para luego reconciliarnos con miradas cómplices, una risa explosiva y un entrañable abrazo que, como siempre, nos permitió escuchar a nuestros corazones palpitando la misma melodía.