A veces una
tiene ganas de taparse los oídos y escaparse de la realidad. Qué mejor que la
llegada de la primera lluvia y del ambiente creado por la luz amablemente filtrada por las nubes, para compartir este cuento que la vieja estudiosa
escuchó en uno de esos talleres que frecuenta:
Bashert
Cuando
una vecina me comentó las novedades y me contó acerca de la prima de su
cuñada, que luego de someterse a un estudio de audición en ambos oídos,
decidió aceptar la propuesta de casamiento que había recibido, recordé la
conversación que había sostenido con mi abuela mucho tiempo atrás:
- Si es tu bashert,
tu corazón se dará cuenta sin pensarlo demasiado - me había contestado
la bobe, mi querida abuela, a la que yo había consultado si darle el sí a un
compañero de segundo año del secundario, que me había dicho que yo le gustaba
y al que finalmente rechacé, no por un dictado de mi corazón, sino porque no
podía soportar el color violáceo del acné que le cubría la nariz. La
explicación de mi bobe quedó archivada entre los recuerdos más gratos de mi
adolescencia, ella me dijo que en idish bashert significa predestinado.
-Para cada
persona existe en el mundo otra que nació predestinada a vivir junto a ella. Tal
vez sus caminos no se crucen, el mundo es muy grande y muy poblado. Pero cuando
dos que son bashert el uno para el otro se encuentran, sus corazones
comienzan a latir al mismo ritmo y ésa es la señal: vivirán juntos y felices
toda su vida. Aunque a veces se peleen, como el zeide y yo. El zeide era mi
abuelo y los dos discutían todo el tiempo. Parecían disfrutar de llevarse la
contra, como si quisieran provocar la pelea para luego reconciliarse con
miradas cómplices, risas abiertas y abrazos inesperados.
El rumor había
corrido por el barrio como un reguero de pólvora, encendiendo esperanzas y
desvelos: en el Instituto de Audiometría que se había abierto
recientemente sobre la calle principal, no sólo controlaban el nivel de
audición de cada oído y la recepción de los agudos y los graves en toda su
escala, sino que el diagnóstico incluía una referencia al prometido de la
paciente. Se decía que el informe final confirmaba o no que los novios fuesen
bashert uno para el otro. Era fácil adivinar quién había pasado por el
Instituto. Algunas parejas de entre
mis conocidos decidieron de pronto casarse, otras se separaron luego de
largos años de noviazgo.
El
procedimiento era sencillo. Se debía visitar al médico aduciendo un problema
de audición y lograr ser enviado a realizar un estudio de los oídos. En el Instituto
había que presentar la carta del médico, un formulario de pago y una tercera
hoja escrita a mano con el nombre y el apellido del novio o de la novia.
Aceptaban sin inconvenientes parejas del mismo sexo, pero las personas
casadas que furtivamente habían tratado de entregar esa tercera hoja, la
recibieron inmediatamente de vuelta, sellada con una palabra en rojo: "Tarde".
Cuando llegaba tu turno, te hacían pasar a lo que parecía un estudio de
grabación y te conectaban unos auriculares en los que escuchabas distintos
sonidos. El especialista te formulaba algunas preguntas y anotaba tus
respuestas mientras un aparato iba construyendo gráficos sobre una pantalla.
Al final recibías un informe impreso de varias hojas con tablas de colores
que estaba dirigido a
tu médico. Una hoja arrancada de un pequeño anotador de
espiral, con tu nombre y el de tu pareja escritos a mano en tinta azul, venía
adosada al informe. Debajo de los nombres estaba el diagnóstico. En algunas de
esas hojas figuraba una sola palabra: "Bashert",
en otras sólo renglones vacíos.
Nadie sabía quién escribía en el pequeño
anotador. Algunos apostaban a la enfermera rubia de ojos amables que recibía
a los pacientes. Otros sospechaban del técnico encargado de los aparatos de
medición. Y estaban los que aseguraban haber visto el anotador en el bolsillo
de la empleada que limpiaba y servía el té. La encargada de la recepción
respondía amablemente a las preguntas al respecto, diciendo que ella no sabía
de ningún diagnóstico del corazón que se hiciera en ese instituto.
- Acá revisamos sólo oídos- solía poner fin
a las indagaciones curiosas.
- ¿No estás
segura de que hemos nacido el uno para el otro? - inquirió risueño mi novio
cuando le dije que había pedido turno en el instituto de audiometría - Yo pensaba
que me estoy por casar con una mujer que piensa racionalmente y no cree
en brujerías. ¿Realmente necesitas que la magia confirme nuestro amor?
Me
tomé un momento antes de responder. Había solicitado el turno llevada por un
impulso, sin pensar en el efecto que esa acción tendría sobre mi relación con
él. En realidad, creo que hay un elemento racional en la confirmación del
amor en base al diagnóstico de nuestra capacidad de escuchar. Escuchar al
otro y sentir como resuena en nuestro corazón, tal como mi bobe me enseñó.
- Estoy
segura que la magia confirmará que nuestro amor estaba escrito.
- Mmmm -
murmuró mientras me abrazaba - yo ya tengo turno para la semana que viene. ¿Vamos
juntos?
Los
resultados de las pruebas de audición demostraron que los dos escuchábamos
perfectamente. Eso nos bastó para casarnos. Las hojas de anotador con el
diagnóstico romántico, decidimos guardarlas en un sobre que abriríamos al
festejar nuestro primer aniversario. Ese año pasó y lo dejamos para el siguiente y así fuimos posponiendo su
lectura de un año al otro.
Cuando cumplimos 40 años de casados pensamos
que llegó el momento. Invitamos a nuestros hijos y nietos para leer junto a ellos el
famoso veredicto. ¿Aparecería bajo nuestros nombres la palabra bashert escrita
con tinta azul? ¿Y si sólo aparecieran
renglones vacíos, saldríamos cada uno por su lado a buscar a nuestros
predestinados? Finalmente buscamos, sí,
por todos lados. Pero por más que buscamos
no logramos recordar donde habíamos guardado el sobre con las viejas hojas de
anotador. Y frente a toda la familia nos
peleamos ruidosamente, echándonos culpas uno al otro, para luego reconciliarnos
con miradas cómplices, una risa explosiva y un entrañable abrazo que, como
siempre, nos permitió escuchar a nuestros corazones palpitando la misma
melodía.
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